No tengo ningún recuerdo de la última vez que armé un rompecabezas. Calculo que habrá sido hace mínimo 10 años. Pero me acuerdo que cada vez que armaba alguno, de chico, me sentía un estratega, un arquitecto de nivel internacional.

Un rompecabezas que puede resultar un real desafío para un adulto promedio (quiero decir: ni un coleccionista ni un fan de los rompecabezas) puede tener entre 3000 y 6000 piezas. Y como resultado se logra un gran póster de piezas que puede tener (me estoy basando en un caso real) hasta unos 2.5 metros de ancho por 1 metro de alto. Son pequeños monstruos que, en pesos argentinos, pueden costar unos $4000.

Pero el hecho de armar un rompecabezas es todo un arte en sí. Para algunos es como hacer un asado: lo hago yo, solo, y no me interesan recibir ni recomendaciones previas (si juntás el fuego acá/si separás primero los bordes y las piezas de colores), ni comentarios sobre la marcha (me parece que hay poco fuego en esta parte/me parece que esa pieza no va ahí, ¿eh?). Cuanto más opiniones, más complicaciones. Para otros, por el contrario, es un trabajo en equipo y muchas cabezas piensan mejor que una.

Arranqué con esto porque hoy me puse a pensar en el impacto que tienen algunas cosas en la vida, sibre todo esas cosas de las que no esperamos mucho ni confiamos en que vayan a tener algún resultado.

A veces te callás eso que podés decir en una conversación porque no creés que aporte mucho. O no componés esa canción, o no escribís ese libro (o ese post o ese tweet), porque no te imaginás que a nadie le cambie nada. Muchas veces te guardás lo que tenés para dar porque no pareciera, a simple vista, que pueda servir de mucho.

Y un montón de veces (muchísimas más de los que imaginamos) eso que tenés para compartir es justo lo que otra persona está necesitando. Compartir de la manera que sea: un mensaje directo a alguien, una canción, un snap, un video, una foto en instagram, una reflexión, un libro, consejo, lo que sea.

Por ahí a la hora de compartirlo sentís que agregás una gota a un mar gigante. Por ahí conocés a varios que hacen eso mismo que te gustaría hacer y te parece que agregar tu punto de vista es redundar. Pero por ahí no es tan así.

Por ahí para 99 de cada 100 lo que vos tenés para aportar no cambie mucho, pero para ese 1 restante es el puntapié ideal para mejorar algo, para empezar o terminar con algo, para cambiar, para avanzar, para cerrar, para soltar, para lo que sea.

Por ahí, vista a 10 metros de distancia y entre las otras 6000 del rompecabezas, tu pieza sea una más y no se note mucho si no está. Pero toda pieza tiene un impacto. No solo en el resultado final, sino principalmente en las piezas de su alrededor.

Porque todas las piezas limitan y conectan al menos con otras dos (las de las esquinas), tres (las de los bordes) y hasta cuatros piezas más. Y esas sí que sentirían su ausencia en caso de faltar. Para ellas no son solo necesarias, son indispensables.

Entonces: cuando sentís que lo que tenés para darle al mundo (tu valor agregado) no vale la pena o no marca la diferencia en el cuadro general, acordate no sólo de que algún que otro observador va a notar su falta mirando de lejos, sino sobre todo de que puede haber al menos uno, dos, quince, cien, o más que necesitan justo eso que los ayude a conectar y a completar el rompecabezas. Justo esa pieza que sólo podés poner vos. Por ellos vale la pena correr el riesgo de que todos los demás no lo vean o lo entiendan como redundante.