Con Brasil 2014 se nos acaba de ir el mejor Mundial de la historia. Ese que le voy a contar y re-contar a mis hijos por años. Y por eso mismo lo quería vivir en primera persona como sea. El Mundial estaba acá nomás, y Messi estaba en la cancha, con nuestra camiseta. No me iba a perdonar nunca en la vida no haber ido. Así que aproveché esos segundos de inconsciencia que se necesitan para decidir una locura y terminé yendo.
No cuento esto porque crea que le importa a alguien, ni porque tenga que ver con la temática del blog. Todavía no sé ni qué voy a decir, pero necesito decir algo. Necesito largarlo.
Yo soy de esos que, incluso después de haber hecho un duelo por no viajar a verlo, desde el primer reconocimiento de campo que Messi hizo en el Maracaná (el día anterior al primer partido de Argentina), ya nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado fuerte al no ir a Brasil. Y que no era una huevada. Era un error grande, una atrocidad. Una de esas marcas que nos iban a quedar para siempre. Pocas en toda la vida, pero profundas. Eso que ibas a pensar cuando alguien te pregunte «¿Te arrepentís de algo en toda tu vida?».
Sabía que, si a mi hijo lo crié bien, él me iba a preguntar por qué no fui a Brasil, teniendo el Mundial tan cerca. Y ya estaba practicando las respuestas: «¡No sabés hijo lo que salía un pasaje a Río por esa época! ¡$52.000 sólo ida por volver el Lunes después de la Final!», «¡2000 dólares una entrada para la semifinal!», «¡Hasta 10.000 dólares una entrada para la Final, hijo! ¡Eran 120.000 pesos! ¡Me pagaba todo lo que me faltaba pagar del auto, las tarjetas, viajes, todo con una sóla entrada!», «Justo en esa época se me había dado por trabajar en una oficina, con un puesto serio y jefe, ¿cómo hacía para pedirle de la nada los días para viajar? ¡Era una locura!».
Y yo sabía que si realmente lo crié bien, el pibe no iba a poder aceptar ningún tipo de respuesta que no sea 1) «No, hijo, para esa época yo no había nacido», 2) «Para esa época yo ya estaba muerto», o 3) «No, hijo, pasa que nací en Zimbabue». Si yo estaba vivo, era argentino, y había un Mundial en Brasil, tenía que ir. Y sino, que Dios, la patria, mis amigos, y sobre todo mi hijo, esa pequeña versión de mi mismo, me lo demanden para siempre.
Así que después de intentar de todas maneras ir desde el principio, y a sabiendas de que no me daba la plata para llegar desde el primer partido y mantenerme vivo y comiendo hasta la final (porque sabía que ibamos a estar en la Final, aunque me falló el pronóstico de ese resultado), decidí por lo menos ir una vez que las cosas estén avanzadas.
Y un Domingo cualquiera, con ese pequeño grupo de amigos con el que al final de cada partido nos lamentábamos por no haber estado ahí (con frases que incluían crisis existenciales y seguro a un montón de gente le parecerían una bestialidad exagerada), decidimos viajar como sea. Después de charlarlo y darle mil vueltas, uno vio una oferta en vuelos, prendió la alarma, y a los 15 minutos estábamos todos 12 cuotas más pobres que antes.
Llegamos a tiempo para ver a Argentina en la Semifinal del Mundo por primera vez en nuestras vidas. Y la vimos ganar, ahí en Brasil, pegaditos a parte de la barra del Corinthians. Sufrimos bajo la lluvia de San Pablo ver que a Messi no le estaban saliendo las cosas, pero festejamos a los gritos afónicos (y corriendo para que no nos maten a trompadas) que Argentina estaba de nuevo en el partido más decisivo del fútbol. Y ahí festejábamos también que, por esas cosas de la vida, uno de nosotros tenía entrada para la Final. Y ese mismo sería yo.
«Las cosas de la vida» esta vez tenían cara de Nabot, un israelí que conoció mi viejo en un partido anterior y que tenía que volver a su tierra porque todo el quilombo en Oriente Medio sumaba un nuevo capítulo de misiles y bombas. Nunca entendimos bien qué iba a hacer él ahí, pero quería vender sus 2 entradas y «sólo» nos pedía 3 veces lo que las pagó. Era lo único que necesitabamos entender. Eso sí: había que jugarse y comprarlas antes de que Argentina juegue contra Holanda. Y lo hicimos.
Romero atajó los penales, Argentina ganó el partido, y 3 días después de comprarlas, nos estaban ofreciendo 5 veces más de lo que las pagamos. 10.000 dólares cada entrada. Ahora, en mano. Ni yo, que le había «alquilado» dólares a toda mi familia para poder viajar, me replanteé un segundo la idea: 10.000 dólares alguna vez los voy a volver a ganar. Y si no los gano, tanto no me van a importar. Una nueva final, en Brasil, con Messi en cancha y con nuestra camiseta, no se repite nunca más. Y no se negocia por nada.
Terminé viviendo una Final del Mundo en el Maracaná, entre Argentina y Alemania, sentado al lado de mi viejo, como viví tantos partidos de Racing desde que soy chiquito. Él habiendo visto los mundiales de Maradona y yo viendo a la selección por primera vez en una Final, abrazado a la esperanza del único jugador que me dio ganas de estamparle su número y nombre a mi camiseta de Argentina desde el Diego para acá.
En el medio hubo banderazos, hinchas argentinos con las anécdotas más increíbles, carpas, garrafas, sambódromos, y «¡¡Brasil, decime qué se siente…!!«. Nos encontramos un iPhone, subimos al Cristo (y le pedí más de cerca que no se olvide del tema Racing), amanecimos a las 4 AM 1 semana entera para entrar a la página de la FIFA por si había entradas, preguntamos a TODOS los contactos cercanos si vendían una, vimos trompadas, puteadas, garotas entregadísimas, brasileros vestidos de holandeses y disfrazados de alemanes, vimos policías gastándonos a la salida del Maracaná, ratoneamos alojamiento, buscamos «disconto» en todo lo que pudimos, nos colamos en alguna que otra situación, y vivimos el infierno de seguir dos días más en Río después de haber perdido una Final del Mundo.
Con lo bueno y lo malo, y teniendo en cuenta todo lo que nos costó (y lo que nos va a seguir costando hasta Julio de 2015), fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida. Una de las pequeñas locuras más lindas que viví desde que estoy acá en el planeta. Fue seguir un sueño, sin saber cómo iba a terminar, incluso sabiendo que, sí, una de las chances era que el resultado no sea el que queríamos. Pero lo vivimos, lo disfrutamos, lo sufrimos, y lo experimentamos en primera persona.
Se podía perder, era una chance. Se podía sufrir, se podía llorar, te podían gastar tanto que hasta vos (que de chiquito nunca mataste ni una abeja por las dudas de que «llame a las amigas») te quieras reventar a golpes con todo el que se cruce por delante. Podía ser una goleada de 7 goles o uno sólo, de pedo, faltando 5 o 6 minutos para los penales. Se podía jugar bien o decepcionar. Se podía volver con camisetas de todos los países, como hicieron los garotos, o se podía volver con una única camiseta, orgulloso de tenerla puesta y de compartirla con el mejor jugador del mundo, una vez más. Y tocó perder por ahí sin merecerlo, como tocan un montón de cosas.
Pero a todo ser humano que disfrute el fútbol como deporte y como locura social: Alguna vez en tu vida tenés que ir a ver un Mundial de Fútbol. Sí, es caro. Sí, en algunos casos puede ser una locura. Sí, te sale más barato un viaje de 2 meses a Europa. Pero alguna vez en tu vida, si tenés una oportunidad aunque sea remota, tenés que viajar a un Mundial de Fútbol. Haceme caso. A la vuelta contame si no valió la pena.
Ya volviendo a nuestro viaje, una vez sufrido y llorado todo, lo importante es que volvimos a disfrutar esas cosas increíbles que tiene el fútbol: Este fue el Mundial que más disfruté y el que más sufrí de toda mi vida. Y pagaría lo que sea por vivirlo todo de nuevo.
Brasil 2014 fue, de principio a fin, un nuevo sueño cumplido. 🙂
Los quiero
qué grande sos milton! aguante vos y jugartela así.
De nada 🙂
Qué hermosooooo!! Me pone muy feliz por vos 😀
Andre! Nosotros también! 🙂
Ro querida! Gracias por bancar y alentar la locura! Siempre es necesario! 😛
Gus, gracias por entender a vos! Aunque te la haya hecho difícil!
Ceci, gracias por compartir la felicidad! Fue una alegría terrible el viaje completo, la verdad! 🙂
Felicitaciones, hermano. Hermoso viaje te pegaste.
Gracias, Diego querido!
Alguna así hay que hacer cada tanto al menos! 😛
Abrazo grande!
Genio Milton y cia.!
No alenté a mis amigos a hacerlo porque sabia que no iban a poder lograrlo y la frustración iba a ser peor, pero por alguna extraña razón sabía que vos ibas a poder.
Pucha que me hiciste llorar!
Si alguno de los que lee esto no fue a Brasil, solo hay una respuesta posible: Rusia 2018.
Martin! Gracias por la fe entonces! 🙂
Melli, para Rusia 2018 ahorremos desde ahora y no vayamos en modo rastrojero, pido por favor. 😛
Abrazo!
Fuiste a la cancha y perdimos. Queda clarísimo, sos mufa.
(?)
En fin, tenía como esa idea de que de toda la gente que conozco, si alguien estaba tan limado como para hacer algo asi, ibas a ser vos 😛
Felicitaciones por tener la capacidad de seguir un delirio y hacer posible una locura de esta magnitud (yo no podría ni de lejos)! La plata va y viene (generalmente va, pero bue…), lo que viviste te queda para siempre. Esas son las cosas que sirven.
Tengo amigos que fueron a Brasil especialmente para la final. Lo que los están jodiendo por lo de mufas no te lo explico! 😛
Con el resto, comparto: La plata va y viene. Me voy a arrepentir más de no hacer estas cosas que de hacerlas, me parece! Así que a aprovechar cuando la plata vino un poquito (o cuando esperemos que venga por los próximos 12 meses) y vivirlas! 🙂
Gracias por la buena onda, querido!
Un groso Milton!
Sos un Crack!
Gracias por la buena onda, muchachos! 🙂
La pucha que escribís bien Milton…..bien ahí!!!!
perdón por meterme a chusmear, pero apareciste como sugerencia de amigo y una cosa llevó a la otra, viste cómo es esto en internet??? Cami me enseñó, se llama estolquear, jajaja!!
jajajaja Muchas gracias Julia! Por leer y comentar! 🙂 Te enseñó bien la pibita eh! 😛
Beso grande!
Milton idolo! hoy es 29 de agosto y casi me pongo a llorar con tu nota.
Te felicito.