En muchas charlas con gente conocida o no tanto (en carne y hueso o por msn/comentarios en el blog) salió en algún momento el tema de «mi optimismo». Algunos lo ven como algo bueno, algunos como algo malo, y algunos simplemente como algo que «ya se me va a pasar» (como si de una varicela se tratara).

Los que lo ven como algo malo toman como argumento el hecho de que «no soy realista». Como si ser optimista y realista fueran dos cosas opuestas. Me parece pavo a veces tener que explicar que el optimismo (por lo menos el mío, que es el que está en cuestión) no es pensar «Oh, si, está todo bien y no hay problemas, mira, un elefante rosa que nos guiará hacia nuestro destino», sino más bien algo como «Bueno, hay un problema pero no es el fin del mundo, vamos a solucionarlo».

Particularmente toda la vida me costó (y me va a seguir costando) encontrarme virtudes, cosas que hago «mejor que los demás» (no sé si será una contradicción en una persona «optimista», pero es así). Pero si tengo que elegir, una de las primeras que me sale (y de las mejorcitas que tengo) es esa: para mi ni la muerte misma «es la muerte de nadie».

Eso no significa que no tenga problemas, preocupaciones, o momentos difíciles (que los tengo a todos). Significa que la mejor solución que encuentro a todo eso no es «Ufa, este Kirchner nene malo no me deja tener plata!», o «¿Y qué querés?, este país de…» (y ésto lo escribo cuando hace menos de 2 horas acaban de secuestrar y soltar a mi hermana!).

La mejor manera de que alguien me pueda entender (si es que le interesa hacerlo), por ahí es explicarle el por qué de ese optimismo. No intentar convencerlo de nada, seguramente no me modifique en lo más mínimo su manera de pensar. Pero sí tratar de explicarlo un poco.

A «simple vista» se me ocurren tres patas básicas de «la mesa de mi optimismo» (más goma echale «voligoma»).

1) Sentido común. Soy una persona soñadora, y planeo cumplir mis sueños. Ninguna de las grandes personas que conozco de la historia, personas que considero exitosas, personas que llegaron a cumplir sus sueños, lo hicieron con el pesimismo como base.

2) Decisión. No es algo que «me sale sólo», sino algo que decido hacer. Si fuera un «sim» y tuviera que elegir mi personalidad antes de nacer, pondría un poco más de «optimismo» que de todos los demás «rasgos». Y eso es porque veo al optimismo como la mentalidad más constructiva, más útil y sana, de todas las mentalidades. La que más aporta y hace crecer.

3) Fe. Cuando Steve Jobs en su discurso en la Universidad de Standford (un gran tipo y un gran discurso) dijo que él «siempre tuvo fe en que los puntos se iban a unir en algún momento del futuro», todo el mundo lo aplaudió y se quedó pensando en que eso sería una genialidad disfrazada de frase extraña. «Esa es su fe, y si le fue así de bien, algo bueno tiene que tener».

Cuando yo diga que mi fe es que hay un Dios-papá que cuida de sus hijos y que hace que a esos que le aman «todas las cosas les ayuden para bien» (Romanos 8:28, en la Biblia), seguramente haya alguno al que le cause rechazo, alguno al que le cause una especie de «compasión», y algunos pocos que entiendan y crean como «válido» lo que digo.

Pero el punto es que sin alguna de esas tres patas, probablemente sería el tipo pesimista/chato/mediocre/negativo que varios ven como la mejor elección.

Seguramente alguien tendrá en su cabeza el pensamiento de que «tiene 20 años, a esa edad la mayoría pensabamos igual… es un pensamiento de la juventud que ya se le va a pasar».

Y aunque yo no lo creo, puede que lo sea, y por mi bien, el de mis sueños, y el de mi futura familia, esperemos que no se me pase nunca.