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Sin WiFi en el avión: un ratito para volar con los pensamientos

Vengo pensando hace unos días en que ya no se me dan naturales los espacios para la reflexión «profunda». Y a ver: mínimamente profunda digo. No estoy hablando de pensar filosóficamente en algún aspecto de la vida durante horas mientras fumo mi pipa loca, sino tener ratos en los que pienso sobre lo que fui viviendo puntualmente en el día y lo paso en blanco.

El ratito ese en el que paso de la RAM al disco rígido las cosas importantes de la última semana, aunque sea. Que antes por ahí lo tenías en la sala de espera del dentista, en el ratito antes de dormirte, en el colectivo, en casi cualquier espacio de tiempo (incluso aunque sea cortito) que te agarre con la mente en blanco y un tiempito vacío de actividades.

Ahora se ocupan esos espacios metiéndoles más información, más deseos, más pensamientos, más distracciones, goles, tweets, datos, culos, polémicas de famosos que en realidad me chupan un huevo y hasta recién no conocía, y más boludeces que no me interesa guardar para nada en la cabeza. Pero como no tengo el espacio de tiempo para seleccionar lo que se guarda o no (y en el espacio que antes usaba para hacer eso ahora lo lleno con más información todavía), acá estoy: paseando por la vida sabiendo toda la vida de Wanda Nara, que More Rial sale a chorear con su bebé en brazos, que ahora es umbanda (y sacrificó un chivo), que no le gusta este costado político de Marcela Feudale, y que Angel De Brito (dice ella) hacía alguna que otra locura en los baños de Magazine antes de salir al aire. Y no, no tengo claro qué es Magazine.

Y que no parezca que soy un ilustre: no es que llegué a esta reflexión en un simposio internacional de filosofía contemporánea con Eial Moldavsky (el chico que se inventó una historia con Lali que también tengo en la cabeza dando vueltas al pedo), no señor. Me puse a pensar en el tema cuando googleé si Aerolíneas Argentinas tenía wifi en sus aviones para ver un Racing vs San Lorenzo que me perdía justo por una demora en un vuelo.

La respuesta es que iba a tener para 2025, pero al final no, no tiene. Y menos mal, porque los hinchas que conozco (de Racing y de San Lorenzo) que sí pudieron ver ese partido, redujeron su expectativa de vida útil del corazón en un 30%, según estudios.

Pero digo: No es que esos ratos sean imposibles por culpa de la tecnología, del wifi, de la IA, de los centennials, o de los tiempos modernos, porque está claro que son cuestión de voluntad. Pero eso es lo que digo: ya no se me dan naturales esos momentos. Para que estén, tengo que tomar la decisión de hacerles espacio.

Decidir un ratito dejar el teléfono bloqueado y quedarme pensando en la vida. Y si en el medio de ese pensamiento random se me viene un dato que quiero googlear, dejarlo sin chequear. Porque chequear y volver es casi imposible.

O por ahí sea el momento de empezar a meditar. Quizás por algo lo recomiendan todos: desde los budistas, hasta los boludos que se despiertan a las 4 am para hacer no sé qué cosa con los mercados, o los influencers que se duchan con agua fría, se ponen hielo en la cara, juegan al minimalismo y no laburan.

Por el momento, volví a mi manera anterior de pararme a pensar en las cosas de la vida, que es escribir acá. Ojalá nadie lo lea, que un poco de vergüenza me da todo lo que sé de More Rial, Furia, los días exactos que estuvieron juntos Angela Leiva y el Chelo Weigandt, o toda la vida y obra de Cami Mayan desde que Alexis Mac Allister es feliz…

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