No, no es una carta a Messi, ni un video llorando, ni un «emotivo mensaje», ni un periodista o una marca queriendo sacar ventaja de la situación. No le compartas esto a nadie, esta vez no es necesario y no me interesa. Pero si sos argentino, pensá conmigo un segundo a ver si por ahí digo algo que tiene sentido.

Los hechos: Messi juega en la Selección Argentina, el 95% de las veces juega bien o increíblemente bien, se luce, bate récords, los resultados del equipo no salen como queríamos, y todos lo matamos a Messi.

Juega, juega bien, hace goles imposibles, a veces juega sólo, no ganamos como queríamos (a veces por un palo, por un mano a mano de otro que no entró, un árbitro impresentable -desde el pelado Lopes en 2016 hasta el penal de Codesal en Italia 90-, o por la rifa más injusta del fútbol: los penales), y todos lo matamos a Messi.

Lo matamos porque estamos acostumbrado a tenerlo. Porque creemos que esto es la normalidad, la rutina. Que todos tienen lo que nosotros tenemos.

Cuando creímos que después de Maradona no iba aparecer otro igual, aparece otro tipo que es de otro planeta, y otra vez es nuestro. Y todos lo admiran, en el mundo lo reconocen, se compran su camiseta, lo comparan con sus máximos ídolos, con dioses, y otra vez lo tenemos nosotros. Así que debe ser lo normal.

Lo matamos porque no lo valoramos. Como cuando no valorás a una pareja porque das por sentado todo lo que es, todo lo que hace, y que encima de eso, te ame a vos. «Deben ser todos así».

Nosotros, que como país hace décadas que odiamos lo que votamos, que nos quejamos de todo, que no podemos festejar en el Obelisco sin romperlo todo, que no tenemos lo que queremos, que miramos con envidia bananera al 50% del mundo, y que no podemos ni discutir de política en una mesa de amigos sin terminar a las puteadas.

Somos nosotros los que decimos que Messi no es lo suficientemente bueno para nosotros, que no está a la altura de nuestra historia, que le falta algo para ser alguien (personalidad, liderazgo, ganar algo, ser un poco más rebelde).

Nosotros decimos eso de un hombre que hace estas cosas:

Hace un tiro libre como ese y nos quejamos de que lo hace contra Estados Unidos, pero no contra Alemania en una final. O que no es como uno que una vez hizo Maradona. O que para qué queremos ese gol si después no va a jugar y ganar todas las finales él solo (a veces incluso a pesar de algunos de sus compañeros). Hace ese tiro libre inolvidable, y otra vez, igual, todos lo matamos a Messi.

Hasta que un día se hincha las pelotas. De perder, de que no alcance, de que le cobren boludeces, de que digan boludeces. Se hincha las pelotas, como se hinchan las pelotas (enojados y frustrados) los más grandes:

Y cuando se va, cuando por fin hace un uso sano de esa personalidad que le estábamos pidiendo (mandándonos al carajo), empezamos con el melodrama exagerado. Y le hacemos cartas, filmamos a nuestros hijos llorar, twitteamos, ponemos carteles, nos emocionamos, sufrimos.

Yo espero que Messi vuelva, sí. Con él adentro quiero quemar ahorros y viajar a verlo otra vez en Rusia. Con él afuera por culpa de lo que somos (porque pobrecito el que crea que sólo somos así con el fútbol), prefiero gastarme esa plata en otra cosa.

Le quemamos la cabeza a Palacio o a Higuaín por un mano a mano que resuelven (mal) en cuestión de segundos en finales cargadas de nervios (sí, comparto todas las puteadas), y después, pegadito y al unísono, quemamos ídolos históricos a las puteadas (era por abajo, Argentina).

A esta altura, yo también me iría. Yo tampoco querría ser ídolo nuestro.

Hoy es muy lindo todo con el #NoTeVayasLio. En serio, me encantan los carteles, las cartas, los videos, las playlists. Muy lindo todo. Y sí, ahora sigamos así hasta convencerlo de que vuelva. Pero la próxima vez dejémonos de hinchar las pelotas y acordémonos de valorarlo y de disfrutarlo a tiempo.

Como los hinchas irlandeses a Will Grigg: