¿Sabes qué pasa?… ¿Vos te acordás de «El Eternauta»?
— Sí, me acuerdo… Lo que no me acuerdo es quién trabajaba…
— ¿Cómo?
— ¿Quién trabajaba?
— No, boludo. No era una película. Era una historieta.
— Ah, sí… «El Eternauta». Algo me acuerdo…
— Esa que caía una nevada en Buenos Aires, una nevada radioactiva y morían todos…
— Algo. Algo me acuerdo –mintió el Mochila.
— Bueno, en «El Eternauta», aparecían unos tipos de otro planeta, que se llamaban los «Manos», que tenían…
— Mejicanos. «Manito», se decían…
— No, gil. No seas hijo de puta.
— Ah, no. Esa era «Cisco Kid».
— No te acordás de un sorete. Los Manos, que tenían una mano derecha llena de dedos…
— Como cualquiera –Mochila mostró su mano.
— No, muchos mas. Como hasta acá –Mario tiró una línea imaginaria desde la punta de sus propios dedos hasta el codo–. Bueno, esos tipos dirigián a varias especies de bichos extraterrestres que invadían la Tierra. Pero ellos, a su vez, estaban controlados por otra especie superior. Entonces. estos «Manos», que eran igual que nosotros salvo por esos dedos, tenían insertada en el cuerpo una glándula, una glándula que le llamaban «Glándula del Terror» y que les habían insertado esos cosos que los dirigían a ellos. Y… ¿para qué les habían insertado esa glándula? Porque los Manos, igual que los humanos, al sentir temor segregaban una especie de adrenalina y ésta, a su vez, activaba la glándula. Y entonces la glándula dejaba escapar un veneno y el veneno los mataba en minutos, nomás. ¿Me entendés? Si ellos se intentaban rebelar contra la especie superior, sentían miedo y, ahí nomás, cagaban la fruta. Linda idea, ¿no? Porque, además, había otra cosa, fijate. Algunos de ellos habían intentado operarse para sacarse de allí esa glándula pero, al operarse, sentían miedo, y de nuevo la misma cosa, activaban la glándula, ésta largaba el veneno, etc., etc., etc… Era ingenioso, ¿no? Piola como idea. De… ¿cómo se llamaba?… Oesterheld.
Mochila se lo quedó mirando un instante, con expresión confundida.
— Y…. ¿Qué queres decir con todo esto? –preguntó–. ¿Ahora me vas a salir con que vos tenés una de esas glándulas? ¿Me vas a pedir guita para operarte?
— No. No. No –Mario pegó con la punta de su dedo índice sobre la mesa–. Yo tengo una glándula pero de la pelotudez. Ese es el asunto. Una glándula de la pelotudez. Cuando a mí una mina me gusta mucho, como ésta, Marta… me pongo pelotudo. El mismo hecho de que la mina me guste mucho, me paraliza. Me pone tan nervioso que me pongo hecho un pelotudo, no sé lo que digo, hago boludeces… La glándula segrega algo que me idiotiza. Después pienso en las cosas que he dicho, o en las que debería haberle dicho y me quiero morir. Las minas deben pensar que uno es un retardado total. Y es precisamente porque me gustan demasiado. Es increíble. Con las minas que no me gustan no me pasa nada. Ahí soy un duque, soy Dean Martin. Jodo, soy ocurrente, hasta puedo ser brillante. Al pedo. Porque a quien yo quiero gustar no es a los escrachos.
Un pequeño fragmento de «Uno nunca sabe», de Fontanarrosa. En el link se puede leer completo. Te reís un rato, te sentís acompañado (¡todos tenemos la glándula!), y cuando te pregunten a fin de año cuántos libros leíste en 2011 podés decir «Emmm… leí ALGO de Fontanarrosa». 😛
me rei muchisimo…. gran post!!
voy a ver si encuentro ese libro!!
gracias!
Un groso con todas las letras